Hola a todos...!!! Seguramente algunos de vosotros ya me conoceréis, me habréis visto en La Tejita o en alguna disco con mi taza Nescafé 1.969 pidiendo una ayudita para comer. Otros en cambio estaréis pensando, "Joerr, un mono que escribe". Tanto para unos como para otros me voy a presentar, así me conocéis mejor y rompemos el hielo de una vez por todas, que en las fiestas me miráis raro raro. Ponte cómodo/a que te voy a contar la historia de mi vida.
Me llamo Quico Varios y nací en Gibraltar, en un árbol de protección oficial. Mi padre era un chimpancé, pero no un chimpancé cualquiera, era un artista de reconocido prestigio que actuaba en el Circo Mundial. Se hizo famoso con un número que consistía en fumarse 17 Ducados sin filtro mientras hacía equilibrios en un trapecio situado a 120 metros de altura sobre una piscina con 45 hambrientos cocodrilos. Un día no se leyó la circular interna del circo en la cual se notificaba que debido a problemas económicos, se habían empeñado los tornillos y tuercas del trapecio y pumbaaaaaa, terminó convertido en bocata de monillo. Este hecho marcó mi infancia, ya que desde entonces mi madre no fue la misma. Noche tras noche llegaba a la jaula completamente borracha, decía que el empaparse en Anís del Mono le hacía olvidar tan trágico suceso, puesto que volvia a sentir a su querido esposo muy dentro, concretamente en el hígado. Un día de primavera comenzó a alternar con Dumbo, el elefante que cerraba el espectáculo y una cálida noche de junio haciendo un 69, terminó aplastada bajo las patas traseras de Dumbo. Ayss, de repente me quedé sólo en el mundo. No tenía a nadie...
Ya nada me unía al circo, así que aprovechando que el camión que traía los bocadillos de heno a las llamas tenía el remolque abierto, me monté en él. Estaba decidido a recorrer mundo, quería encontrar un lugar donde comenzar una nueva vida. El camión me llevó a Valencia, y en el puerto embarqué en un carguero ruso que transportaba un cargamento de fabada con destino a Madagascar. Durante una noche de tormenta el barco zozobró y sin tiempo para reaccionar terminé en medio del océano. De nuevo solo en el mundo, en este caso en medio del mar. Las corrientes me llevaron a una isla lejana y desconocida. Sobreviví como pude a base de chipirones y caracolas de mar. No se exactamente cuántos meses pasé en esa isla, pero se me hicieron eternos. La soledad no es buena compañera de aventuras. Una mañana recuerdo que mientras me quitaba las legañas en la orilla del mar, alcé la vista y vi algo que me dejó los pelos como escarpias. Díos mío, era un mono que venía nadando mientras silbaba la canción del Chiki Chiki. Sí, era un monillo, qué ilusión, parecía que por fin mi soledad iba a concluir. Cuando llegó a la playa se puso de pie, y mi asombro se incrementó, puesto que medía 4 metros y medio. Me dijo que se llamaba King Kong y que venía nadando desde Hollywood, estaba cansado de hacer siempre el mono en todas las películas que le ofrecían. Su llegada me trajo grandes recuerdos, puesto que mi vida volvía a estar relacionado con el mundo del espectáculo.
King Kong y yo hicimos muy buenas migas, rápidamente nos caímos muy bien y colaboráramos en la búsqueda de comida. Todo iba genial entre nosotros hasta que la llamada de la selva tocó en la puerta de Kinki (Así le llamaba cariñosamente). Lo recuerdo como si fuese ayer, estaba dormido en un rincón de la cueva que nos servía como refugio. Cuando estaba soñando con un frutero repleto de plátanos, sus manos peludas sujetándome por los hombros me despertaron súbitamente. Somnoliento me giré y vi a Kinki sonriéndome y guiñándome un ojo mientras deslizaba la lengua por sus gruesos y peludos labios. Bajé la vista y no pude evitar que un grito helador se escapase de mi boca. Su largo y enorme miembro me estaba apuntando directamente. Uff, eso no era un miembro, era la tubería de abastecimiento general de agua potable de Madrid y provincia. En ese momento comprendí dos cosas: Lo de Indalo es un simple aguijón y que tenía que salir corriendo si no quería ser transformado en un Donut de monillo. Como pude me zafé de sus garras y corrí durante horas atravesando toda la isla hasta darme de bruces con una excursión de jubilados holandeses. Ummm, estaba salvado, estos jubilados iban a ser mi pasaporte para poder dejar atrás la isla y al miembro XXL de King Kong. Me disfracé con un gorrito y unos bombachos y me infiltré entre ellos. Afortunadamente los jubilados iban camino de Benidorm, así que pude volver a España. Ahh, hogar dulce hogar. En España mi único patrimonio era el gorrito y los bombachos. Ante tal panorama no me quedó otro remedo que dedicarme a pedir limosna por plazas y pueblos. En los contenedores de Opencor encontré una vieja taza de Nescafé, se convirtió en mi fiel compañera y en mi caja registradora.
El invierno llegó y una fría noche de febrero meneé la taza y vi que la recaudación no había alcanzado el importe mínimo para poder cobijarme en una habitación de en la Pensión "La Mona Aunque se Vista de Seda". Tocaba pasar otra noche al raso. Me acomodé entre unos viejos cartones y de repente, una figura surgió de entre la oscuridad. Esa figura vestía una roída y anticuada gabardina y entre sus labios sujetaban un chispeante cigarro que iluminaba ligeramente su rostro. Con un gesto amenazante me dijo que ahí no se podía dormir, era una zona de carga y descarga. El frío me había calado hasta los huesos, no me apetecía buscar y recurriendo a la vieja táctica de dar pena, le comenté mi situación de desamparado. El plan funcionó, su expresión se tornó en comprensión y calidez. Sentándose junto a mí y mientras apurábamos un cigarrillo, me contó con un marcado acento ruso que a él le había pasado algo parecido. En Moscú había sido una estrella en 1.980, participó en unas Olimpiadas, protagonizó series de dibujos animados, los botes de mermelada llevaban su carita, hasta sacaron colecciones de cromos sobre él, pero la fama fue efímera y en menos de un año terminó olvidado en la calle. Cuando me dijo su nombre, comprendí perfectamente lo que me contaba, era el Osito Misha.
Una vez que la confianza se instaló entre nosotros, Misha me habló de un tal Amedio, un mono que le ofreció un trabajo y le ayudó a salir adelante. Me animó a acompañarle para hablar con ese tal Amedio, seguro que tendría algo para mí. Tengo que reconocer que no las tenía todas conmigo, sentía algo de miedo y este miedo no era infundado, puesto que posteriormente me enteré de que Amedio era el lugarteniente de Marco, un tipo con aparente carita de niño bueno que hizo desaparecer a su mamá porque le quitó el chupete cuando cumplió los 4 años. Para despistar a la policía se inventó un supuesto viaje por motivos laborales de la madre a Argentina. Marco era un hombre poderoso había, creado una red de franquicias de burdeles llamada "Por Delante y Por Detrás Tris Tras". Se podría decir que era el rey del Facebook Carnal.
Esa misma noche tenía a Marco cara a cara y confieso que me sorprendió, era una persona simpática, de sonrisa fácil. Me ofreció un trabajo en su empresa, me encargaría de ser el zapatero de la organización. Me dió el uniforme de trabajo, unos guantes de latex, una hormigonera, una pala y un mapa con los ríos y pozos más profundos de la zona. Qué ilusión, durante meses me dediqué a hacer zapatos de hormigón. Lo curioso era que a quien tenía que poner estos zapatos estaban un poco rígidos y con algunos agujeros en la cabeza, pero supongo que habrían tenido un mal día y estaban descansando. Lo bueno es que durante esos meses nadie se quejó de mis zapatos. Además, Marco ponía a prueba cada modelo que fabricaba. Era un jefe preocupado por la calidad del producto y me hacía arrojar al cliente con los zapatos puestos en zonas pantanosas. Supongo que esto lo hacía para verificar la impermeabilidad. Es que este tipo era un genio, se fijaba en todos los detalles.
Toda iba bien, había encontrado la ansiada estabilidad, incluso me estaba planteando pedir una hipoteca para comprarme un coqueto apartamento en la calle palmera. Pero, por desgracia mi vida dio un nuevo giro. Una redada inesperada hizo que terminase en la cárcel. Yo no entendía nada, era un simple zapatero. De nuevo sólo en el mundo y encima encerrado en una fría celda. Tras reflexionar durante días llegué a la conclusión de que mis zapatos habían provocado juanetes a algún cliente y éste me había denunciado. El fiscal fue generoso, me propuso hacer un trato. Si denunciaba a Marco y Amedio, pasaría a ser un testigo protegido con una nueva identidad. Era la única salida que tenía, así que acepté. Me dieron unas gafas de sol, una peluca, un bigote postizo y una gabardina y desde entonces pasaría a llamarme Kiko Jones.
Amigos, hasta aquí el primer capítulo de mi vida. Ya véis que no he tenido una vida fácil, por eso os pido que cuando me veáis pidiendo limosna en fiestas y demás eventos, lo tengáis en cuenta. Pido únicamente para comprarme un triste bocata de mortadela y poder engañar al estómago. En próximas entregas podréis is conociendo más cosas sobre mí. Aprovecho por si me está leyendo el dueño de la Editorial Planeta, para decir que estoy abierto a una oferta por mis memorias...
Me llamo Quico Varios y nací en Gibraltar, en un árbol de protección oficial. Mi padre era un chimpancé, pero no un chimpancé cualquiera, era un artista de reconocido prestigio que actuaba en el Circo Mundial. Se hizo famoso con un número que consistía en fumarse 17 Ducados sin filtro mientras hacía equilibrios en un trapecio situado a 120 metros de altura sobre una piscina con 45 hambrientos cocodrilos. Un día no se leyó la circular interna del circo en la cual se notificaba que debido a problemas económicos, se habían empeñado los tornillos y tuercas del trapecio y pumbaaaaaa, terminó convertido en bocata de monillo. Este hecho marcó mi infancia, ya que desde entonces mi madre no fue la misma. Noche tras noche llegaba a la jaula completamente borracha, decía que el empaparse en Anís del Mono le hacía olvidar tan trágico suceso, puesto que volvia a sentir a su querido esposo muy dentro, concretamente en el hígado. Un día de primavera comenzó a alternar con Dumbo, el elefante que cerraba el espectáculo y una cálida noche de junio haciendo un 69, terminó aplastada bajo las patas traseras de Dumbo. Ayss, de repente me quedé sólo en el mundo. No tenía a nadie...
Ya nada me unía al circo, así que aprovechando que el camión que traía los bocadillos de heno a las llamas tenía el remolque abierto, me monté en él. Estaba decidido a recorrer mundo, quería encontrar un lugar donde comenzar una nueva vida. El camión me llevó a Valencia, y en el puerto embarqué en un carguero ruso que transportaba un cargamento de fabada con destino a Madagascar. Durante una noche de tormenta el barco zozobró y sin tiempo para reaccionar terminé en medio del océano. De nuevo solo en el mundo, en este caso en medio del mar. Las corrientes me llevaron a una isla lejana y desconocida. Sobreviví como pude a base de chipirones y caracolas de mar. No se exactamente cuántos meses pasé en esa isla, pero se me hicieron eternos. La soledad no es buena compañera de aventuras. Una mañana recuerdo que mientras me quitaba las legañas en la orilla del mar, alcé la vista y vi algo que me dejó los pelos como escarpias. Díos mío, era un mono que venía nadando mientras silbaba la canción del Chiki Chiki. Sí, era un monillo, qué ilusión, parecía que por fin mi soledad iba a concluir. Cuando llegó a la playa se puso de pie, y mi asombro se incrementó, puesto que medía 4 metros y medio. Me dijo que se llamaba King Kong y que venía nadando desde Hollywood, estaba cansado de hacer siempre el mono en todas las películas que le ofrecían. Su llegada me trajo grandes recuerdos, puesto que mi vida volvía a estar relacionado con el mundo del espectáculo.
King Kong y yo hicimos muy buenas migas, rápidamente nos caímos muy bien y colaboráramos en la búsqueda de comida. Todo iba genial entre nosotros hasta que la llamada de la selva tocó en la puerta de Kinki (Así le llamaba cariñosamente). Lo recuerdo como si fuese ayer, estaba dormido en un rincón de la cueva que nos servía como refugio. Cuando estaba soñando con un frutero repleto de plátanos, sus manos peludas sujetándome por los hombros me despertaron súbitamente. Somnoliento me giré y vi a Kinki sonriéndome y guiñándome un ojo mientras deslizaba la lengua por sus gruesos y peludos labios. Bajé la vista y no pude evitar que un grito helador se escapase de mi boca. Su largo y enorme miembro me estaba apuntando directamente. Uff, eso no era un miembro, era la tubería de abastecimiento general de agua potable de Madrid y provincia. En ese momento comprendí dos cosas: Lo de Indalo es un simple aguijón y que tenía que salir corriendo si no quería ser transformado en un Donut de monillo. Como pude me zafé de sus garras y corrí durante horas atravesando toda la isla hasta darme de bruces con una excursión de jubilados holandeses. Ummm, estaba salvado, estos jubilados iban a ser mi pasaporte para poder dejar atrás la isla y al miembro XXL de King Kong. Me disfracé con un gorrito y unos bombachos y me infiltré entre ellos. Afortunadamente los jubilados iban camino de Benidorm, así que pude volver a España. Ahh, hogar dulce hogar. En España mi único patrimonio era el gorrito y los bombachos. Ante tal panorama no me quedó otro remedo que dedicarme a pedir limosna por plazas y pueblos. En los contenedores de Opencor encontré una vieja taza de Nescafé, se convirtió en mi fiel compañera y en mi caja registradora.
El invierno llegó y una fría noche de febrero meneé la taza y vi que la recaudación no había alcanzado el importe mínimo para poder cobijarme en una habitación de en la Pensión "La Mona Aunque se Vista de Seda". Tocaba pasar otra noche al raso. Me acomodé entre unos viejos cartones y de repente, una figura surgió de entre la oscuridad. Esa figura vestía una roída y anticuada gabardina y entre sus labios sujetaban un chispeante cigarro que iluminaba ligeramente su rostro. Con un gesto amenazante me dijo que ahí no se podía dormir, era una zona de carga y descarga. El frío me había calado hasta los huesos, no me apetecía buscar y recurriendo a la vieja táctica de dar pena, le comenté mi situación de desamparado. El plan funcionó, su expresión se tornó en comprensión y calidez. Sentándose junto a mí y mientras apurábamos un cigarrillo, me contó con un marcado acento ruso que a él le había pasado algo parecido. En Moscú había sido una estrella en 1.980, participó en unas Olimpiadas, protagonizó series de dibujos animados, los botes de mermelada llevaban su carita, hasta sacaron colecciones de cromos sobre él, pero la fama fue efímera y en menos de un año terminó olvidado en la calle. Cuando me dijo su nombre, comprendí perfectamente lo que me contaba, era el Osito Misha.
Una vez que la confianza se instaló entre nosotros, Misha me habló de un tal Amedio, un mono que le ofreció un trabajo y le ayudó a salir adelante. Me animó a acompañarle para hablar con ese tal Amedio, seguro que tendría algo para mí. Tengo que reconocer que no las tenía todas conmigo, sentía algo de miedo y este miedo no era infundado, puesto que posteriormente me enteré de que Amedio era el lugarteniente de Marco, un tipo con aparente carita de niño bueno que hizo desaparecer a su mamá porque le quitó el chupete cuando cumplió los 4 años. Para despistar a la policía se inventó un supuesto viaje por motivos laborales de la madre a Argentina. Marco era un hombre poderoso había, creado una red de franquicias de burdeles llamada "Por Delante y Por Detrás Tris Tras". Se podría decir que era el rey del Facebook Carnal.
Esa misma noche tenía a Marco cara a cara y confieso que me sorprendió, era una persona simpática, de sonrisa fácil. Me ofreció un trabajo en su empresa, me encargaría de ser el zapatero de la organización. Me dió el uniforme de trabajo, unos guantes de latex, una hormigonera, una pala y un mapa con los ríos y pozos más profundos de la zona. Qué ilusión, durante meses me dediqué a hacer zapatos de hormigón. Lo curioso era que a quien tenía que poner estos zapatos estaban un poco rígidos y con algunos agujeros en la cabeza, pero supongo que habrían tenido un mal día y estaban descansando. Lo bueno es que durante esos meses nadie se quejó de mis zapatos. Además, Marco ponía a prueba cada modelo que fabricaba. Era un jefe preocupado por la calidad del producto y me hacía arrojar al cliente con los zapatos puestos en zonas pantanosas. Supongo que esto lo hacía para verificar la impermeabilidad. Es que este tipo era un genio, se fijaba en todos los detalles.
Toda iba bien, había encontrado la ansiada estabilidad, incluso me estaba planteando pedir una hipoteca para comprarme un coqueto apartamento en la calle palmera. Pero, por desgracia mi vida dio un nuevo giro. Una redada inesperada hizo que terminase en la cárcel. Yo no entendía nada, era un simple zapatero. De nuevo sólo en el mundo y encima encerrado en una fría celda. Tras reflexionar durante días llegué a la conclusión de que mis zapatos habían provocado juanetes a algún cliente y éste me había denunciado. El fiscal fue generoso, me propuso hacer un trato. Si denunciaba a Marco y Amedio, pasaría a ser un testigo protegido con una nueva identidad. Era la única salida que tenía, así que acepté. Me dieron unas gafas de sol, una peluca, un bigote postizo y una gabardina y desde entonces pasaría a llamarme Kiko Jones.
Amigos, hasta aquí el primer capítulo de mi vida. Ya véis que no he tenido una vida fácil, por eso os pido que cuando me veáis pidiendo limosna en fiestas y demás eventos, lo tengáis en cuenta. Pido únicamente para comprarme un triste bocata de mortadela y poder engañar al estómago. En próximas entregas podréis is conociendo más cosas sobre mí. Aprovecho por si me está leyendo el dueño de la Editorial Planeta, para decir que estoy abierto a una oferta por mis memorias...
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